
El caso es que nunca vi nada tan contraproducente. Si uno se ha acostumbrado a tolerar determinados comportamientos y un día decide no seguir permitiéndolos, entonces, en ese momento, pasas a ser un canalla.
¡Qué absurdo! Y uno defendiendo a capa y espada que es posible rehabilitarse, que uno tiene la oportunidad y el derecho de cambiar...
A veces somos tan ambivalentes, que es imposible saber qué pie calzamos.
El mío es un 37, pero cuando aprenda, me moveré entre el 36 y el 42 ¡y que me quiten lo bailao!
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