martes, 27 de julio de 2010

Encina...


Conducía al atardecer, admirando el paisaje aún verde (las lluvias todavía en la memoria), cuando me fijé en un árbol concreto. Un árbol solitario, en medio de una extensión de tierra roja, virgen.

Pensaba en la vida del árbol. En su constante indigencia, clamando por unas gotas de agua en verano y suplicando un rayo de sol en el frío invierno. Azaroso en su vivir cotidiano, mendicante en perfil oblícuo. Abandonado a la suerte y al destino, en un hermoso pulso contra el olvido y contra la muerte.

Imaginaba un árbol consciente. Situado frente a sí mismo y mirándose por dentro y por fuera. Girando una y otra vez, viéndose desde fuera.

Creía escuchar la incertidumbre entre las hojas vigorosas y danzantes, viviendo un presente constante.
Con un clamor como de aves, gritando en su copa frondosa.
Erigido frente al viento, poderoso y vulnerable, con apariencia de eterno.

Salía de él un aroma exuberante, de madera vieja y savia jóven. De energía renovada. De calidez y de abrigo. Una seguridad envidiable en un ser tan aparentemente inmovil, fijo.
Encostrado su caparazón, protegiendo la fragilidad de sus venas profundas, resinosas, potentes.

Pensaba... él si que sabe moverse, va al ritmo de los grandes momentos, al ritmo de la tierra. Como las montañas, como los ríos. Se mueven indiscutiblemente en un movimiento invisible e inexorable. Avanzan hacia el contínuo de los acontecimientos que vienen.

No sabe qué vendrá después, y sabe que no podrá evitarlo, sólo sabe que él estará allí, plantado y prendido, en una tierra fértil, esperando seguir allí un poco más.

1 comentario:

  1. Me sorprende para bien tu blog productivo y su calidad.
    Es difícil ser encina, resistir el sol ardiente, la tierra roja, la escarcha del invierno y seguir siendo eterna exuberancia, impertérrita dadora de umbría, testigo de la vida, fortaleza en madera a veces en campos yermos.

    Pero sí tienes alma de enciana, de savia sabia como la tierra.

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